domingo, 15 de marzo de 2020

REFLEXIONES PILAR G. VADO: UNA LECCIÓN DE SABIDURÍA




Ayer fui con mi hermana a ver a mis padres a su casa. Nada más llegar, salió el tema que en estos momentos nos tiene a todos en vilo: el coronavirus.

Tanto mi hermana como yo, un poco preocupadas por ellos porque los dos tienen ya más de ochenta años, empezamos a recordarles todas las recomendaciones que nos llegan continuamente desde los medios de comunicación: que tienen que lavarse la manos con frecuencia, que salgan a la calle solo cuando sea imprescindible, que mantengan con todo el mundo la distancia de seguridad, etc., etc.

También nos ofrecimos para ir al supermercado y comprar todo lo que necesitaran, les comentamos que podríamos llevarles la compra a casa y así evitar que ellos tuvieran que salir.

Tras escuchar todos nuestros consejos y propuestas, nos miraron y desde la más absoluta entereza y serenidad afirmaron: “Tendremos cuidado, pero no os preocupéis por nosotros, no tenemos miedo. Somos mayores y si no es por este virus, nos moriremos de cualquier otra cosa”.

Poco pudimos añadir a esas sabias palabras, con ellas nos dieron una auténtica lección de pensamiento racional, de lo que significa afrontar las circunstancias con aceptación y de lo que supone vivir fluyendo con la vida.



lunes, 1 de julio de 2019

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: SÓLO SÉ QUE NO SÉ NADA



Juan está totalmente convencido de que para ir de Madrid a Barcelona ha de tomar la A6. A pesar de que algunas personas de su entorno le advierten de que no es la A6 sino la A2 la autovía que ha de coger, Juan hace caso omiso de sus consejos y no altera su ruta. Así que,sin dudar un solo instante, comienza su recorrido por la autovía que le conducirá no a Barcelona, sino a La Coruña.

Por otro lado, Carlos también desea hacer el mismo viaje, pero desconoce cuál de todas las autovías que salen de Madrid debe coger para llegar a Barcelona, así que decide seguir las indicaciones de su GPS y emprende su camino por la autovía A2.

¿Quién llegará antes a su destino? ¿El que no sabe cómo llegar pero,al estar seguro de que sí sabe,se aferra a su decisión poco acertada,o el que sabe que no tiene ni idea y contempla todas las posibles opciones?

La diferencia entre el ignorante y el sabio radica en que el ignorante no sabe pero cree que sabe y el sabio sabe que no sabe. El ignorante se empecina en que todo “debe ser” según su rígida perspectiva de las cosas. El sabio, sin embargo, se siente en armonía con él mismo y con todo lo que le rodea porque sabe que las cosas en sí mismas ya son como tienen que ser, aunque muchas veces no le gusten o no comprenda por qué y para qué suceden.

La acción del ignorante,ante algo que pretende cambiar,suele ser poco efectiva porque surge del rechazo y de la lucha, mientras que la del sabio es constructiva porque proviene de la paz y de la aceptación.

La ausencia de humildad del ignorante le lleva a creer que la experiencia que le dan sus escasos años de vida sobre este planeta es más que suficiente para saber cómo tendría que funcionar el mundo: sin injusticias, sin guerras, sin desastres naturales, sin violencia, sin pobreza, sin enfermedad, sin muerte, etc, etc. También cree saber lo que debería hacer, ser o tener para ser feliz y, por supuesto, cómo tendrían que ser los demás y de qué manera deberían comportarse. Está convencido de que si dejaran el mundo en sus manos todo iría mejor, porque el universo con sus miles de millones de años de existencia no tiene ni idea de cómo deben funcionar las cosas, pero él sí.

Una muestra de dicha arrogancia es el argumento que esgrimen algunos a la hora de negar la existencia de cualquier Ser Creador, Fuente, Energía Cósmica, Consciencia Universal o como queramos llamarle,aseguran que si existiera, no permitiría que sucediesen determinadas cosas que, según ellos, no deberían ocurrir. Esto es lo mismo que pensar que si existiera algún ser superior organizaría el universo de la misma manera que lo harían ellos, es decir, de la manera correcta.

El ignorante siempre quiere tener razón e imponer sus creencias que asume como ciertas solo por el hecho de que es él quien las piensa. A pesar de que la realidad le demuestra que esas creencias, lejos de servirle para ser feliz, le generan un gran sufrimiento, no las cuestiona. Continúa circulando por la A6 para llegar a Barcelona, aunque la autovía esté repleta de señales que le indican que ese no es el camino correcto.

Y no solo no contempla la posibilidad de estar equivocado, sino que además defiende sus creencias con uñas y dientes(algunos incluso son capaces de matar por ellas), porque las considera parte de su identidad y porque le proporcionan una falsa sensación de seguridad. Le asusta imaginar qué sería de él si se desprendiera de esas verdades absolutas que dirigen su vida y con las que se identifica.

Darnos cuenta de que ninguna creencia es una verdad absoluta sino tan solo una opinión o punto de vista susceptible de ser cambiado, nos lleva a la famosa conclusión de Sócrates: “SÓLO SÉ QUE NO SÉ NADA”, o lo que es lo mismo: “Ignoro por qué la vida es como es”, “No sé cómo deberían ser las cosas”, “Desconozco por qué estoy en este mundo”, “No tengo ni idea de cómo ser feliz” y “No sé, ni siquiera, qué es la felicidad”. Esto despierta en nuestro interior un estado de desencanto que no procede de no conseguir lo que deseamos o de querer más, sino de no saber lo que queremos.

Al principio es natural que ese estado nos resulte desconcertante, doloroso aterrador, puesto que soltar las viejas creencias nos deja sin referencias y hace que nos sintamos vacíos, perdidos e inseguros, es como si de repente desapareciera el suelo sobre el que hemos estado pisando durante muchos años.

Sin embargo,será precisamente ese desencadenante que nos permitirá conectar con la sabiduría que habita en nosotros, descubrir las infinitas posibilidades que no percibíamos desde nuestro antiguo prisma, reconocerla abundancia de una vida perfectamente imperfecta, fluir con la existencia, aceptarnos a nosotros y a los demásexperimentar una alegría no condicionada a nada externo y confiar en la vida aunque a menudo no la entendamos.

Ser abiertos de mente, dudar de nuestras creencias y ser conscientes de nuestra propia ignorancia nos conduce a la sabiduría innata que todos atesoramos dentro. Sabiduría entendida no como el conocimiento que adquirimos del exterior y que hace al ser humano culto, sino como la serenidad que nace del interior y que convierte al hombre en sabio.


martes, 12 de marzo de 2019

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: ¿POR QUÉ NO EXISTE LA IGUALDAD?



Hoy, como cada año, se celebran multitud de actos reivindicativos con motivo del Día Internacional de la Mujer. Si echamos la vista atrás, da la sensación de haber avanzado mucho, sin embargo, viendo este cartel de MANOS UNIDAS, resulta sorprendente que quede tanto camino por recorrer,no solo en cuanto al machismo, sino también en cuanto a la xenofobia, el clasismo, la homofobia…

Esto tiene mucho que ver con la gran confusión de valores que sufre la sociedad actual y que está en la base de toda división social. Si no se modifica la escala de valores, de poco servirán las manifestaciones, las luchas, las huelgas, las campañas o las ONG. Luchar contra los problemas de la humanidad no los resolverá, es como pretender que una casa deje de estar anegada achicando agua, pero sin arreglar la rotura de la tubería causante de la inundación. Si no vemos que el problema no es el agua, sino la tubería rota, la situación persistirá.

La tan perseguida igualdad de responsabilidades, de oportunidades y de derechos se daría de forma natural si todos valorásemos a las personas por ser seres humanos, estar vivos y por su capacidad de amar, por encima de la raza, el género, la nacionalidad, la clase social, la orientación sexual... Así, estos aspectos serían tan solo detalles que aportarían diversidad a la especie humana y que enriquecerían las relaciones personales. 

Sin embargo, sucede lo contrario, destacamos los rasgos anecdóticos que nos diferencian por encima de lo que nos hacen iguales y humanos.En consecuencia, perdemos tiempo y energía comparándonos con otros, compitiendo, esforzándonos por demostrar que podemos hacer las mismas cosas que los demás y que valemos lo mismo (o más) que ellos. Esto implica que existan mejores-peores, buenos-malos, superiores-inferiores…, es decir, que se acentúen aún más las diferencias.

Buscar la igualdad desde la diferencia resulta bastante absurdo porque en lo superficial, afortunadamente, no somos iguales y nunca lo seremos. La vida sería muy aburrida si todos poseyéramos idénticos rasgos, habilidades y cualidades.

La lucha por la igualdad desde una perspectiva que pone la atención en lo trivial y que niega la auténtica igualdad del ser humano,podrá conseguir muchas mejoras pero no impedirá que siganexistiendotiranteces, tensiones, conflictos, enfrentamientos...

Creemos que el mundo se cambia desde el exterior, que ha de ser el sistema el que establezca la paz, la justicia y la igualdad, así nosotros eludimos nuestra responsabilidad, sin embargo, la sensibilidad no puede despertarse por la fuerza.

Para que cualquier cambio sea auténtico y produzca los efectos esperados, ha de ser gestado desde dentro y no ser impuesto desde fuera, es decir, es necesaria una revolución interna e individual en nuestra forma de concebir al ser humano para que surja una transformación del sistema.De otro modo, sería como restaurar con una simple mano de pintura un mueble carcomido, su apariencia mejorará pero el interior seguirá dañado.  

Supondría un instrumento esencial para un cambio real tomar consciencia de los valores sociales existentes, cuestionar su validez y transmitir a las futuras generaciones unos nuevos valores que contribuyan a alcanzar objetivos personales de felicidad (menos ansiedad,  resentimiento, depresión, frustración…) y sociales de integración (menos marginación, discriminación, confrontación, desigualdad...).

Frases como: "María, si te apasiona el fútbol, juega al fútbol” o “Juan, si te gusta el color rosa, ponte una camiseta de ese color”, no bastan para fomentar la igualdad, porque con ellas los niños se pierden en lo superficial. Se trata de trascender las diferencias insignificantes y de hacer vera María y a Juan que son diferentes en muchos aspectos, que no tienen por qué ser iguales y que sus rasgos no les hacen mejores o peores personas. 

Es fundamental inculcar a los más pequeños que nos es importante que sean o no capaces de realizar exactamente las mismas cosas que los demás, que tengan gustos distintos o similares, que consigan o no los mismos logros o que posean habilidades diferentes o parecidas, que lo realmente importante es que tienen algo en común que les define como seres humanos y que les hace valiosos: su capacidad de apreciar la vida, de disfrutarla, de jugar, de compartir, de amar a los demás, de colaborar con ellos... 

Quizá algún día la sociedad esté formada por seres humanos íntegros, que no juzguen en su totalidad a los demás poraspectos concretos, que consideren y respeten a todos por igual, y que reconozcan a la humanidad como un todo,solo entonces emergerá una igualdad real y efectiva inspirada en la paz y el amor. Mientras no sea así, seguiremos luchando para conquistar una pseudoigualdad inspirada en la rabia y en la indignación, que pone el foco en las diferencias y que genera más desigualdad.





domingo, 17 de febrero de 2019

REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: LAS EMOCIONES (2ª PARTE)



Decidir sentir abiertamente lo que sentimos en cada momento (por muy incómodo e intenso que sea), nos permite, al fin, abandonar la lucha Contra las emociones que nos desagradan y, en consecuencia, dejar de buscar fuera de nosotros el modo de suprimirlas.

Desde la tranquilidad que proporciona esta decisión, podemos mirar hacia dentro e identificar las creencias que están detrás de esas emociones y transformarlas en otras nuevas creencias que generarán emociones mucho más suaves, por ejemplo, en lugar de sentir ansiedad, depresión, rabia o culpa, sentiremos inquietud, tristeza, enfado o pesar.

Saber esto, ponerlo en práctica y ser capaces de manejar nuestras emociones a través de la transformación de nuestros pensamientos, hace que nos sintamos contentos, orgullosos de nuestra evolución personal y, en cierto modo, también superiores a otras personas que no parecen haber alcanzado todavía nuestro nivel de “madurez emocional”.

Sin embargo, tarde o temprano, reaparecerá alguna de esas emociones tan temidas que creíamos superadas y comenzarán los reproches, los sentimientos de culpa y el autodesprecio: “¿Cómo es posible que me sienta así?”, “A estas alturas debería poder controlar mis emociones”, “Algo no debe estar bien en mí”, “Las personas psicológicamente sanas y equilibradas no sienten esto”, “Nunca conseguiré sentirme completamente bien”…

En este punto del proceso de desarrollo personal es frecuente el rechazo de determinadas emociones, no tanto por la incomodidad que suponen o por el miedo a vernos sobrepasados por su intensidad, como por la creencia de que sentirlas nos resta valía como personas, nos hace ser menos.

Caemos en la trampa del perfeccionismo emocional, o lo que es lo mismo, pensamos equivocadamente que somos mejores si nunca sentimos emociones “inadecuadas” como ansiedad, depresión, vergüenza, culpa, ira…, y que, por tanto, experimentarlas nos convierte en insuficientes, defectuosos o incompletos.

La aparición de estas emociones no demuestra que poseamos menos valor (la valía personal no radica en lo que hacemos, tenemos o sentimos), pero sí nos revela, por un lado, que hay algo en nuestro interior que pide ser atendido y, por otro lado, nos recuerda nuestra condición humana.

Cualquier emoción exagerada siempre es un aviso de que hay algún pensamiento irracional al que le estamos dando credibilidad, pese a no ser cierto. Esa emoción nos ofrece la oportunidad de revisar nuestro diálogo interno y de cambiarlo, de ahí la importancia de no rechazar las emociones y de estar atentos a lo que nos tienen que decir.

Asímismo, las emociones son una muestra de la naturaleza humana, la cual entraña la capacidad de sentir una inmensa variedad de emociones. NADIE, por mucho equilibro mental que tenga, está exento de sentir emociones, ya sean deseadas o indeseadas, aunque, como vimos en el post anterior, no necesitamos que sea de otra manera para estar en paz con nosotros, con los demás y con el mundo.



REFLEXIONES DE PILAR G. VADO: LAS EMOCIONES (1ª PARTE)



Cuando sentimos ansiedad, culpa, depresión, vergüenza, rabia, etc., deseamos dejar de sentir esas emociones porque creemos que son monstruos de siete cabezas que nos están amargando la vida y que si desaparecieran conseguiríamos ser felices. Incluso, hay quienes, cansados de sufrir, aseguran que les gustaría transformarse en seres sin sentimientos con tal de dejar de experimentar este tipo de emociones. 


Sin embargo, lo que imposibilita la felicidad no son esas emociones, sino lo que pensamos acerca de ellas. Las emociones en sí mismas no tienen la capacidad de hacernos felices ni desgraciados.

Podemos vivir, por ejemplo, con ansiedad y ser felices, siempre y cuando consideremos la ansiedad como algo que, a pesar de ser bastante desagradable, incómodo e intenso, nos va a ofrecer la oportunidad de conocernos mejor y de crecer emocionalmente. Sin embargo, si la percibimos como algo horrible que no debería existir porque nos está arruinando la vida y no nos permite disfrutar de nada, le estaremos dando el poder de hacernos desdichados.

Si estamos convencidos de que llevar una piedrecita en el zapato nos impedirá dar un paseo o realizar nuestros quehaceres diarios, la molestia aumentará y nos resultará muy difícil caminar. En cambio, si la percibimos como una simple incomodidad, seguiremos haciendo nuestra vida e incluso llegará un momento en que dejaremos de notarla.

Tenemos tanto miedo a pasarlo mal que cuando aparece el indeseado malestar, lo ignoramos, luchamos para dejar de sentirlo o nos apresuramos a taparlo mediante conductas (trabajo, internet, teléfono móvil, sexo, compras...) y/o sustancias (fármacos, alcohol, tabaco…), que a menudo se acaban convirtiendo en adicciones. Anestesiar las emociones nos proporciona un alivio momentáneo, pero no logra acabar con ellas, todo lo contrario, las aumenta y perpetua, añadiendo además un nuevo problema de malos hábitos.

Así pues, es fundamental no luchar contra las emociones que nos desagradan, sino sentirlas, mirarlas de frente y atenderlas, para después identificar y desmontar aquellas creencias irracionales que las están generando. Una vez hecho esto, llegaremos a ese espacio de paz interior que todos tenemos dentro. No hay atajos, no podemos saltar por encima de las emociones, es preciso cruzarlas, aunque resulte doloroso, ya que son la puerta de entrada a nuestra calma interior.

No se trata, por tanto, de rechazar y extirpar las emociones indeseadas, puesto que dejaríamos de ser seres humanos, sino de perder el miedo a sentirlas. TODAS las emociones forman parte de la experiencia humana. No podemos apartar las que no nos gustan y quedarnos solo con las que son de nuestro agrado como si fueran ingredientes de una ensalada.

Alcanzaremos un estado de sosiego y tranquilidad NO cuando logremos deshacernos de las emociones negativas, sino cuando estemos dispuestos a sentirlas y a integrarlas en nuestra experiencia de vida.